miércoles, 2 de febrero de 2011

~ Capítulo 4

Parecía que esa lluviosa tarde de domingo no iba a terminar nunca. El tiempo atmosférico reflejaba perfectamente mi estado anímico. Totalmente apática, pasé el día entero encerrada en mi habitación; apenas comí y tampoco tenía ganas de cenar. Aún tenía el estómago borracho de vodka y de a saber qué más bebidas alcohólicas. Las noche del sábado podía haber ingerido cualquier cosa. Estaba extrañamente desatada; una víctima más del alcohol. Aquel que, quizá, me había ayudado a pasar una buena noche, pero también el que ha echo que el día de hoy haya sido el peor desde hace mucho tiempo. Justo eso, lo que siempre había criticado. Recuerdo perfectamente esas mañanas cuchicheando con mi compañera de clase sobre el comportamiento de ciertas personas que se habían desfasado inconscientemente cuando han salido de fiesta. "No he estudiado nada. Tenía una resaca..." -decían con una sonrisa estúpida dibujada en la cara. Una frase, o más bien excusa, demasiado usada por adolescentes y no tan adolescentes con los pies demasiados alejados del suelo y la mente en quién sabe qué lugar.

Sin embargo, ahí estábamos nosotras: las que llegábamos un Lunes con muy buena cara, las que hacíamos un examen perfecto porque podíamos salir cualquier sábado y pasárnoslo bien sin necesidad de ese "amigo, no tan amigo". Nosotras, que nos levantábamos al día siguiente, tras salir de fiesta, con la cabeza lo suficientemente despejada como para estudiar todo lo que se nos pusiera por delante. Los ánimos para hacerlo o la ausencia de ellos era otro asunto. 
Pero, esta vez, he sido yo la que ha decepcionado a mi "sana compañera". No quiero imaginar la cara que pondrá Laura cuando se lo cuente mañana. Pensándolo bien, quizá no lo haga. ¿Para qué darle ese disgusto innecesario? 
A Laura la conocí el curso pasado. Nos habíamos cruzado varias veces por los pasillos del instituto pero nunca habíamos hablado. Era de esas personas que simplemente te suenan de vista. Hasta ese día; hasta el comienzo del Bachillerato. Ambas estábamos en Ciencias de la Salud. Ella tomó la decisión en el último momento, pues siempre había estado más encaminada hacia la rama de Letras. Pero la vida es así de impredecible: cualquier día puede dar un giro de 360º. En el caso de Laura, a pequeña escala. Esa extraña sensación ya la había experimentado yo anteriormente. Este verano. Una experiencia inexplicable y a la vez, fácil de comprender para aquellos que también la han vivido.

De repente, absorta en mis pensamientos, me acuerdo de ellas. De las que yo llamo "compañeras de desfase": Maite, Silvia y Clara. Sobre todo, de ésta última. Apuesto lo que sea a que están durmiendo felizmente, descansando de la noche desenfrenada. Con la conciencia muy tranquila y sin ninguna preocupación que les oprima el pecho. Quizá, aún resacosas. Con el sabor de la noche alocada todavía en la boca. No sería la primera vez que los padres de Clara pillan a su hija en condiciones vergonzosas al llegar a casa tras una larga noche de fiesta.  Siempre a la mañana siguiente: no recuerdo haber visto nunca a Clara irse a casa la misma noche que salíamos de fiesta. Maite y Silvia, más de lo mismo. Aunque de ellas sé menos. Apenas nada. Compañeras de fiestas, compañeras nocturnas, nada más. Clara, además de eso, era compañera de lágrimas. Compañera de risas. Compañera de buenos y malos momentos. 

Tengo ganas de hablar con ella. Mis padres, por suerte, no han dicho nada acerca del posible "requisamiento" de teléfono y móvil. Su número me lo sé de memoria, ¡cuántas veces lo habré marcado desde que nos conocemos! Comunica. Cinco minutos y lo vuelvo a intentar otra vez. Una voz que me resultaba familiar, pero que no era de Clara, aparece al otro lado del teléfono:


- ¿Sí, dígame?
- Eh… Hola, ¿está Clara?
- ¿Clara? ¿No estaba en tu casa, Marta?
Cagada. Justo lo que faltaba para rematar el día. A ver como lo soluciono. Suerte que siempre se me ha dado bien improvisar.
- Sí, en principio se iba a quedar en mi casa a dormir para estudiar juntas hoy. Pero he tenido comida familiar y le dije a Clara que si no le importaba quedarse en casa de Silvia a dormir para que así no tuviera que madrugar demasiado. Creía que ya había llegado a casa.
- Entonces estará estudiando con ella. ¿Quieres que le diga algo de tu parte, cuando llegue?
- No, qué va. Ahora la llamo yo. Muchas gracias de todas formas. ¡Hasta luego!
- Adiós, Marta.

A veces me impresiona lo inocente que puede llegar a ser la madre de Clara. “Estará estudiando”, dice. Estudiando. Su hija. Já. Clara, una chica desenfadada y algo despreocupada; no es precisamente la mejor estudiante de su curso.
Considero que su madre es una mujer demasiado inteligente; por lo que lo más probable es que no quiera ver la realidad para así, sufrir menos. Una buena opción a corto plazo, pero verdaderamente peligrosa a la larga. Algún día, no muy lejano, la realidad la golpeará de lleno. Y no podrá soportarlo. Porque cuando la gente espera no ver nada, no suele ver. Hay que tener los ojos muy abiertos para ser consciente de lo que ocurre a tu alrededor; no vivir tras una cortina de engaños que tú misma te creas para que la realidad no te resulte tan dura. Tienes que enfrentarte a ella.
¿Dónde coño estará Clara? Jodida Clara; qué feliz vive. Tampoco coge el móvil. Ni ella, ni Silvia. Y ni qué decir de Miriam; la chica con móvil totalmente incomunicada el 99% de las veces.  

Son las tres de la mañana y, una noche más, no puedo dormir. Demasiadas cosas invaden mi mente. ¿Qué pasó esa noche de la que no recuerdo absolutamente nada? ¿Cuál será la reacción de Laura tras contarle mi fin de semana? ¿Dónde habrá estado Clara?


sábado, 29 de enero de 2011

~ Capítulo 3

Una vez dentro del coche, de camino a casa y a pesar de creer estar subida en una noria imaginaria que da vueltas a gran velocidad, tuve la percepción de que algo malo iba a ocurrir. 
A eso de las 07:00 de mañana llegué a casa, y qué sorpresa la mía cuando me encontré a mis padres en la puerta, esperándome. Aún recuerdo sus miradas. Ya sin rastro de preocupación, ahogadas en la más profunda decepción. ¡Y ahí estaba yo, borracha perdida! Aquel día se acabaron mis días de libertad. 
Mi madre comenzó a emitir una serie de gritos que me taladraban de una manera infernal. No conseguí entender los que decía, a excepción de esa típica frase: “Échame el aliento”. Yo sabía que si lo hacía le podría fundir las horquillas, pues lo que yo tenía en ese momento en la cara no era una boca, sino un soplete. Debido a eso, me limité a dar un paso más hacia delante. Mi padre aún no había dicho nada. Estaba cruzado de brazos, mirándome demasiado enfadado. Nunca lo había visto así. Lo único que hizo fue cogerme del brazo cuando, al dar un segundo paso fallido, estuve a punto de volver a visitar otra vez el suelo. Gracias a la noche desenfrenada le había cogido un cariño especial. Viendo mi estado, mis padres no tuvieron más remedio que dejar que me fuera a la cama. Más bien se encargaron ellos de conducirme a mi habitación. Me dispuse a enfilar el pasillo. Qué sensación de abandono. Casi dieciocho años viviendo en esa casa y no me sonaba ni un mueble. Por fin, conseguí meterme en la cama no sin antes haberme chocado con todo lo que se me ponía por delante. Aquello no era ni una barca ni un helicóptero. Era el “Home Cinema 5.1 Dolby Surround Pro Logic”. Los sonidos entraban por un lado, las imágenes por otro. La cama se empezó a mover demasiado. Parecía la de la niña del exorcista. Al minuto, caí en los brazos de Morfeo [...]



Parece que han pasado varios días. Quiero abrir los ojos pero no puedo. Deseo moverme; tengo los músculos engarrotados. Tampoco puedo. No tengo fuerza alguna y me cuesta respirar. La saliva de mi boca está excesivamente pastosa con un sabor dulzón de fondo. Ponche. O quizá Rebdull. ¿Qué bebí anoche? ¿Qué pasó? Preguntas sin respuesta. No recuerdo nada. 
Al fin, consigo abrir los ojos. Aún veo borroso, pero puedo distinguir perfectamente la luz que entra por las rendijas de la persiana, no del todo bajada. Intento levantarme de la cama. Lo consigo, pero con bastante dificultad. Los vaqueros y la camisa de anoche tirados por el suelo. El reloj marca las 17:30. Salgo de la habitación y una luz cegadora me da de lleno en la cara. Una cara resacosa. Me dirijo al baño y allí, ocurre. Me veo en el espejo. Ojos rojos, manchados con rímel. Piel extremadamente pálida a juego con ese pelo revuelto que, en conjunto, rompían mi buena imagen en miles de pedazos. Espero que una ducha me siente bien. 10 minutos. Voy a la cocina ya duchada y vestida con el peor chándal que tengo en casa. El momento que más temo se acerca inexorablemente. Oigo a mis padres hablar. Parecen enfadados. La he cagado, y mucho. Respiro hondo, y me armo de valor:
- Hola. ¿Ha sobrado algo de comida? -Mal comienzo.
- ¿Tú sabes la mala noche que nos has hecho pasar, Marta? No hemos pegado ojos. Tu padre ha estado hasta las cuatro de la mañana esperando en el sitio donde habíais quedado. Y yo, llamándote al móvil. Hice también unas cuantas llamadas a varios hospitales. Me temía lo peor. Y resulta que la niña estaba pasándoselo genial y atontada por culpa del alcohol.
- Mamá, pero…
- Ni “peros” ni nada. No quiero seguir hablando más del tema. No vas a salir hasta nuevo aviso. Ya puedes ir mirando libros o cualquier cosa para entretenerte. Te vendrá bien, además. Se aproximan los exámenes y no creo que tu amigo el alcohol te ayude a aprobarlos.
No aguanté más. Me fui a mi habitación sin decir nada, dejando a mi madre hablando sola. Mi padre, dijo algo por primera vez en todo el día. No pude escucharlo, pues ya estaba sobre mi cama. Sentía rabia; mucha rabia. "No sé cómo he sido tan gilipollas" -me dije a mí misma, entre sollozos. Aquella tarde lloré como no había llorado en mucho tiempo. Pura impotencia. O quizá por decepción. Me había decepcionado a mí misma. Nunca antes me había emborrachado. No hasta superar mi límite. Me había dejado llevar, y mucho. No hay mal que por bien no venga, o eso dice. Y ese día aprendí una gran lección: 

"El alcohol parece ser un buen aliado al comienzo de la noche; pero debes saber que por la mañana se convierte en tu peor enemigo".

jueves, 27 de enero de 2011

~ Capítulo 2

Armadura de metal; corazón de miedo. Y de fachada, hielo.

En esta ocasión todas hemos sido puntuales y exactamente a las 22:30 estábamos donde siempre. Es sábado por la noche y toca hacerle un hueco a las risas y al alcohol. Lo de ir en plan tranquilito había sido una patraña de Clara para conseguir sacarme de mi casa cuando tenía en mente acurrucarme en mi cama tapada con una manta y ponerme a leer ese libro tan interesante que empecé hace dos días.
Veo la noche excesivamente animada. Algún que otro escote y, aunque resulte sorprenderte, nada de minifaldas. Somos Maite, Silvia, Clara y yo. Es perfecto. A pesar de ser Enero, no hace demasiado frío y las calles están abarrotadas. Pero eso hoy no nos importa. Tan sólo estamos nosotras, la música y una botella posiblemente adulterada de vodka junto con varias latas de redbull. Artillería pesada que siempre guarda Maite -un año mayor que nosotras- en el maletero de su coche. “Nunca se sabe”, suele decir ella.

Comenzamos en ese Opel Astra plateado. La primera copa, cargada. Caras expresando el primer sabor de la noche… “Esto promete, chicas. -dijo Silvia- ¿brindamos?”. 

Aunque por momentos intentaba ocultarlo, hacía meses que no recordaba sentirme tan feliz. Odio pensar en volverme adicta a esto; a los buenos tiempos. De sobra sé que no suelen durar demasiado y que crean dependencia. Pero basta, esta noche no se piensa. (Y aquí viene otra copa, dulce y con un toque ácido). A este ritmo, las confesiones no tardarán en llegar.

- Es que es algo así como “ni contigo, ni sin ti”. A veces tan cerca y otras, sin motivo alguno, en mundos diferentes. Y no puedo entenderlo. Siento que su cuerpo es la nicotina de mis pulmones, por la que respiro pero a la vez esa que me asfixia.

- Ninguna adicción es buena, Clara.

- Ya da igual. Carlos nunca ha sido de una sola persona. Y mucho menos, solo mío. Yo tampoco soy suya, en realidad él es solo el mejor juego sin reglas ni normas que jamás he tenido. En el fondo mi debilidad ha sido y siempre será Marcos. Aunque él es otra historia que otro día os contaré.

La noche es joven y el alcohol está dando sus frutos. Maite ya ha hecho un par de llamadas para que nos cuelen en algunas discotecas de la zona. Las 00:30. Creo que debo de ir despidiéndome; mi padre ya estará de camino. No le gusta nada la impuntualidad. Pero la botella marca poco más de la mitad y mis amigas no me ponen las cosas fáciles.

“Espera, Marta. No te vayas todavía. Antes, ¡brindemos! Esta... ¡por nosotras! Y esta otra... ¡por la noche! Y esta... ¡por nosotras también!” Las palabras empiezan a sonar con dificultad. Los latidos se aceleran y las respiraciones son cada vez más y más superficiales. La última vez que miré el reloj eran las 2:00. Creo que divisé en el móvil unas 5 llamadas perdidas. Estaba muy confusa y me olvidé de todo. ¿Ha pasado una hora y media en apenas cinco minutos? Ahora todo se ve mucho más borroso, todo da vueltas. Por las luces y la música yo diría que estamos ya en algún garito. Clara dice que pida la canción de “un tal kuduro” y, antes de que termine de hablar, ya estamos asaltando la cabina del DJ. La caja misteriosa del tabaco sin tabaco se ha perdido en el interior del bolso de Maite y ahora ésta y Silvia avanzan a pasos de baile robando cigarrillos. Copas y mas copas, todo es gratis. Música, chicos y visitas al suelo. Bendito alcohol. Y decía Clara que iba a ser una noche tranquila. Já.


Son las 06:30 de la mañana. No logro distinguir si la luz viene del sol o de algún foco. Ahora andamos flotando en nuestros propios cuerpos. Ya de recogida, en dirección a un coche. Maite conduce. Clara y yo, aun en una nebulosa alcohólica, la seguimos entre risas. Silvia viene tras nosotras haciendo todo lo posible para no caerse. Parece equilibrarse con los tacones, ahora elegantemente colocados sobre sus manos. Pronto se hará de día. 

Sin duda, ha sido una buena noche.

miércoles, 26 de enero de 2011

~ Capítulo 1 // Segunda Parte

Un sandwich vegetal, una manzana, el sofá y una buena película. A media tarde, una de esas bolsas de palomitas para hacer en el microondas. Y otra buena película. De las de amor, de las que hacen llorar y ver la vida con ojos de enamorada y una sonrisa soñadora dibujada en la cara.
Ni una llamada inoportuna, ni un ápice de estrés. Nada de ordenador. Nada de preocupaciones. Solos la tele, el sofá, el bol de palomitas y yo. Tarde aburrida para algunos. No para mí. Lo ideal es que hubiera llovido para que poder decir que había sido una "muy" buena tarde. Ese cuantificador tan demandado le da un matiz cercano a la perfección a esa frase. Quizá en otra ocasión. La lluvia tras el cristal y tapada con una manta es uno de esos pequeños momentos que tanto me encantan. 

A las 21:00 suena, por primera vez en todo el día, el teléfono. Melodía estridente y estúpida. Víctima de numerosas palabras malsonantes por mi parte en tardes intensivas de estudio. Es Clara.

- Tía, hemos quedado con éstas para ir a darnos una vuelta esta noche.


- ¿Cómo que "hemos"?

- Claro. Tú y yo. Hay veces que me gusta decidir por tí, sobre todo cuando sé que nos lo vamos a pasar genial.

- Tienes suerte de que, a pesar de todo, tenga ganas de soportarte una noche más, petarda.

- Y las que te quedan, chata. Tengo que contarte una cosa importante. A las 22:30 nos vemos donde siempre. Esta noche vamos en plan tranquilo. Nada de escote ni minifalda.

- Habla por tí. Creo que puedes intuir lo que pondré. Nos vemos ahora. Sé puntual, que nos conocemos.

¿Por qué me había dicho Clara que no me pusiera falda? ¿Cuándo me he puesto yo alguna? Quizá 2 ó 3 veces en mis casi 18 años. Con unos pantalones vaqueros, una camisa y unas botas sencillas será más que suficiente. No hay nada mejor que la naturalidad y la comodidad. Ese es mi lema. Lema que, al parecer, no comparten las niñas pertenecientes a las nuevas generaciones. Ellas, sus potingues en la cara, sus minifaldas y una panda de buitres detrás.

No me da tiempo a cenar. Necesito un mínimo de tiempo. Con una hora y media será suficiente. Y ya llegaría tarde. No, yo siempre soy puntual. Tendré que darme prisa. Ducha rápida, pelo planchado, dientes lavados (nunca se sabe lo que puede pasar), un poquito de colonia, gloss y un chicle en el bolsillo. No soy de las que suelen llevar un preservativo en el bolso. Al menos por ahora, lo único que me meto en la boca, que no sea comida, son chicles. Eso, y algún que otro bolígrafo, señal de estrés y/o aburrimiento. 


Salgo por la puerta y entran mis padres. Cruce de miradas y un empujón por parte de mi hermano. El niño casi adolescente. Esa es su forma de demostrarme su cariño.

- ¡Hola! He quedado. Volveré a la 1:00.

- ¿Con quién vas?

- ¿Con quién va a ser? Con las de siempre, mamá.

- Voy a recogerte. A la 1:00, dónde siempre.

- Vale, papá. Muy amable por tu parte. Pero esta vez, no vengas en pijama y bata de casa, por favor. Por cierto, dame algo de dinero. No me ha dado tiempo a cenar.

- Toma. 10 €, total, para el trozo de pizza de hace dos semanas, recalentado que te vas a comer no necesitas más.

- Gracias, papá. Luego te traigo un trozo de esa pizza. Nos vemos luego.

Silencio. Risa sospechosa de mamá. Mirada preocupada de papá. El hermano no se halla entre ellos, tiene entre las manos algo que le llama más la atención. Esos cacharros de hoy en día que intentan mejorar a la Game Boy Color de antaño.

- ¿Crees que habrá quedado con algún chico, cariño?
- ¡No!. Aún es joven para esas tonterías. 

Para esas tonterías. Él no sabe que su hija tiene un concepto distinto sobre estos temas. Es joven, pero una joven soñadora. Quizá demasiado...


martes, 25 de enero de 2011

~ Capítulo 1 // Primera Parte

No entiendo por qué soy así. Por que me entusiasmo tanto al principio y luego simplemente, pierdo todo el interés. Y lo peor es que, aunque fracase una y otra vez, las esperanzas de encontrar al amor de mi vida se recuperan y florecen antes de que incluso yo, haya olvidado el ultimo chasco.

- Eres como una niña pequeña que trata de encontrar la muñequita perfecta en una gran tienda de juguetes. Te ciegas tanto en tu propia meta que no te das cuenta de que, quizá, estás en el sitio equivocado.

- Clara, ¿tú crees que algún día lo encontraré? ¿Crees que alguien conseguirá llenar ese vacío? 

- Ese alguien va a necesitar tener una buena y gran razón entre las piernas para llenarte a tí, tía. Eres tan ingenua y fantasiosa...

- Y tú una burra, Clara. Y tú una burra. 

Eran exactamente las 3:45 de la madrugada y no podía dormir. Mi conversación con Clara me había dado qué pensar. A su manera, Clara da buenos consejos. Es una buena amiga; -me dije a mí misma- de las mejores. Pero entonces, ¿quería decir eso que tenia que dejar a un lado mi fantasía y conformarme con la insulsa realidad? 
Llevaba tanto tiempo soñando con el príncipe azul que quizá no me había percatado de que alomejor yo no era exactamente una princesa.

A la mañana siguiente, sobre las 10:00, me levanto de un salto. Rebosaba de energía a pesar de no haber dormido muy bien esa noche. Era Sábado. 

Enchufo el calefactor del baño mientras el agua hirviendo llenaba la bañera, que poco a poco se iba escondiendo entre espuma y sales aromáticas. Hoy toca día de relax. Porque uno de esos largos baños, sumergida en tí misma y que solían durar un par de horas, era un plan irresistible para un despertar de Sábado. 
Hoy sería uno de esos días llenos de pequeñas cosas, de las que puedes dejar para otro momento: primero la compra, hacer la colada y ordenar la habitación. Después iré a regalarme un par de cosméticos y ha hacerme la cera. (Clara siempre decía que, al igual que los vaqueros del lejano Oeste, las pistolas de una mujer debían ir siempre cargadas: un par de balas de seguridad, una de locura, tres de ganas de vivir la vida y otra de calma. Y en la recámara: la cera, siempre lista). 


Hora de comer. Hoy estoy sola en casa. Mis padres, junto con mi hermano, un pre-adolescente con las hormonas revolucionadas, se habían ido a pasar el día a la playa. Me podría haber ido con ellos. La brisa del mar y la arena, a pesar de estar a finales de Enero, hubieran mejorado mi estado de ánimo. Últimamente estaba excesivamente nerviosa. Sabía lo que me esperaba. Nadie dijo que 2º de Bachillerato fuera fácil y ya veía asomar los primeros exámenes de este extenso y agotador 2º Trimestre. 
A pesar de ser consciente de que un día en la playa con la familia iba a resultar innovador, ideal para romper con la rutina diaria e incluso divertido, opté por quedarme sola en casa. Quizá lo que me hizo decantarme por esta opción fue pensar en que podría disfrutar de una dulce tranquilidad por primera vez en mucho tiempo. Dedicaré este día a mí misma; dejaría de lado el tema de los estudios. Tan solo por hoy, por este Sábado de este frío primer mes del año.