miércoles, 26 de enero de 2011

~ Capítulo 1 // Segunda Parte

Un sandwich vegetal, una manzana, el sofá y una buena película. A media tarde, una de esas bolsas de palomitas para hacer en el microondas. Y otra buena película. De las de amor, de las que hacen llorar y ver la vida con ojos de enamorada y una sonrisa soñadora dibujada en la cara.
Ni una llamada inoportuna, ni un ápice de estrés. Nada de ordenador. Nada de preocupaciones. Solos la tele, el sofá, el bol de palomitas y yo. Tarde aburrida para algunos. No para mí. Lo ideal es que hubiera llovido para que poder decir que había sido una "muy" buena tarde. Ese cuantificador tan demandado le da un matiz cercano a la perfección a esa frase. Quizá en otra ocasión. La lluvia tras el cristal y tapada con una manta es uno de esos pequeños momentos que tanto me encantan. 

A las 21:00 suena, por primera vez en todo el día, el teléfono. Melodía estridente y estúpida. Víctima de numerosas palabras malsonantes por mi parte en tardes intensivas de estudio. Es Clara.

- Tía, hemos quedado con éstas para ir a darnos una vuelta esta noche.


- ¿Cómo que "hemos"?

- Claro. Tú y yo. Hay veces que me gusta decidir por tí, sobre todo cuando sé que nos lo vamos a pasar genial.

- Tienes suerte de que, a pesar de todo, tenga ganas de soportarte una noche más, petarda.

- Y las que te quedan, chata. Tengo que contarte una cosa importante. A las 22:30 nos vemos donde siempre. Esta noche vamos en plan tranquilo. Nada de escote ni minifalda.

- Habla por tí. Creo que puedes intuir lo que pondré. Nos vemos ahora. Sé puntual, que nos conocemos.

¿Por qué me había dicho Clara que no me pusiera falda? ¿Cuándo me he puesto yo alguna? Quizá 2 ó 3 veces en mis casi 18 años. Con unos pantalones vaqueros, una camisa y unas botas sencillas será más que suficiente. No hay nada mejor que la naturalidad y la comodidad. Ese es mi lema. Lema que, al parecer, no comparten las niñas pertenecientes a las nuevas generaciones. Ellas, sus potingues en la cara, sus minifaldas y una panda de buitres detrás.

No me da tiempo a cenar. Necesito un mínimo de tiempo. Con una hora y media será suficiente. Y ya llegaría tarde. No, yo siempre soy puntual. Tendré que darme prisa. Ducha rápida, pelo planchado, dientes lavados (nunca se sabe lo que puede pasar), un poquito de colonia, gloss y un chicle en el bolsillo. No soy de las que suelen llevar un preservativo en el bolso. Al menos por ahora, lo único que me meto en la boca, que no sea comida, son chicles. Eso, y algún que otro bolígrafo, señal de estrés y/o aburrimiento. 


Salgo por la puerta y entran mis padres. Cruce de miradas y un empujón por parte de mi hermano. El niño casi adolescente. Esa es su forma de demostrarme su cariño.

- ¡Hola! He quedado. Volveré a la 1:00.

- ¿Con quién vas?

- ¿Con quién va a ser? Con las de siempre, mamá.

- Voy a recogerte. A la 1:00, dónde siempre.

- Vale, papá. Muy amable por tu parte. Pero esta vez, no vengas en pijama y bata de casa, por favor. Por cierto, dame algo de dinero. No me ha dado tiempo a cenar.

- Toma. 10 €, total, para el trozo de pizza de hace dos semanas, recalentado que te vas a comer no necesitas más.

- Gracias, papá. Luego te traigo un trozo de esa pizza. Nos vemos luego.

Silencio. Risa sospechosa de mamá. Mirada preocupada de papá. El hermano no se halla entre ellos, tiene entre las manos algo que le llama más la atención. Esos cacharros de hoy en día que intentan mejorar a la Game Boy Color de antaño.

- ¿Crees que habrá quedado con algún chico, cariño?
- ¡No!. Aún es joven para esas tonterías. 

Para esas tonterías. Él no sabe que su hija tiene un concepto distinto sobre estos temas. Es joven, pero una joven soñadora. Quizá demasiado...


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